Filomena y el SARS-CoV-2, sin dejar de ser un serio desafío a nuestras capacidades, han venido a desvelar la catástrofe que hace tiempo se viene larvando en la gestión de nuestros servicios públicos; siendo de especial calado este paradigma de vaciamiento de lo común en la comunidad autónoma más rica de la geografía española.

Las contingencias  en Madrid son  menos impresionantes que sus deficiencias  estructurales para enfrentarlas. El manido adagio De Madrid al Cielo, tal vez deba reformularse, en tanto que lejos del purgatorio, Madrid está hoy en el infierno.  

Con unidades de cuidados intensivos y plantas completas cerradas en hospitales públicos, se emprendió la faraónica obra del hospital nave industrial, para la propaganda del Gobierno Ayuso-Aguado; y por supuesto para los amigos de siempre que, de pelotazo en pelotazo, se siguen forrando a expensas del erario público y del deterioro de nuestra economía social de cuidados.

Pero más allá de la propaganda y los cortes de cinta inaugural, el hospital de pandemias tardó poco en revelarse como hospital-ghetto, destino forzado de sanitarios precarizados y pacientes a los que la estancia se les está convirtiendo en pesadilla.  La amenaza, que no advertencia, consiste en anunciar que no se les contratará nuevamente en caso de rechazar este destino obligado; sin mencionar lo vergonzante del encadenamiento de contratos precarios a la mayor parte de la plantilla en esta comunidad. Parece que del aplauso en los balcones pasamos al garrote vil neoliberal: la cola del paro.

Con cifras récord de contagios, aumentando rápidamente la presión sobre los hospitales, con un lento avance del plan de vacunación, y con el transporte y la circulación trastocados por el temporal de nieve, Madrid encabeza las malas noticias que traen todas estas variables a lo largo de todo el territorio; para muestra una: más de doscientos cuarenta centros asistenciales, de los cuales su mayoría son centro de ancianos, aún no han comenzado a suministrar la vacuna.

traslados forzosos al Zendal
Zendal o no trabajas en la sanidad madrileña

En plena ola de frío y un temporal de nieve anticipado por el servicio meteorológico, con el tiempo suficiente para aumentar la dotación de personal y solicitar máquinas a otras comunidades, la administración Ayuso-Aguado prefirió esperar a que dios proveyera, a falta de algún amigo al que adjudicarle un contrato a dedo para duplicar la dotación de máquinas quitanieves, en unas de esas compras de urgencia que tan bien se les dan.

Una vez cubiertos por la nieve, con madrileños encerrados en sus coches, atascados en autovías, limitados por el transporte público de cualquier tipo; sin contar con el drama de los habitantes del asentamiento de La Cañada Real sin luz, privados de todo, y por sobre todo de su más humana dignidad; entonces él tándem de gobierno sumó a la comparsa (de idéntico ADN político) al alcalde de Madrid, para la entusiasta propuesta de coger una pala y salir a limpiar nuestras veredas.

No hubo ningún sonrojo en sus sonrisas de publicidad de implantes caros. Nuevamente hicieron gala de la desfachatez sostenida en ese liberalismo de cuño extraño, tan sui-generis,  que defiende las libertades sólo cuando compromete los privilegios de unos pocos, y que se estaliniza con mucha facilidad cuando hay que imponer la sinrazón de un plan de gobierno que va en contra de los intereses de las grandes mayorías.

Poner en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, disciplinando a los mercados y entendiendo que no hay reproducción de capital posible si no hay reproducción de la vida, es una tarea que los excede. 

No es que “sólo son una gastada derecha”, además son burdos gestores mediocres, sin ninguna dimensión política de interés, sin ninguna pretensión de mejorar la vida de nadie más que la propia.

Para la complejidad de desafíos a que nos enfrenta la hora, ellos sólo responden con axiomas voluntaristas y simples: ¡Hala! Pala y al Zendal.

aplausos por la sanidad

Los aplausos nos animan, la sanidad se defiende luchando con acciones