En plena ola de frío y un temporal de nieve anticipado por el servicio meteorológico, con el tiempo suficiente para aumentar la dotación de personal y solicitar máquinas a otras comunidades, la administración Ayuso-Aguado prefirió esperar a que dios proveyera, a falta de algún amigo al que adjudicarle un contrato a dedo para duplicar la dotación de máquinas quitanieves, en unas de esas compras de urgencia que tan bien se les dan.
Una vez cubiertos por la nieve, con madrileños encerrados en sus coches, atascados en autovías, limitados por el transporte público de cualquier tipo; sin contar con el drama de los habitantes del asentamiento de La Cañada Real sin luz, privados de todo, y por sobre todo de su más humana dignidad; entonces él tándem de gobierno sumó a la comparsa (de idéntico ADN político) al alcalde de Madrid, para la entusiasta propuesta de coger una pala y salir a limpiar nuestras veredas.
No hubo ningún sonrojo en sus sonrisas de publicidad de implantes caros. Nuevamente hicieron gala de la desfachatez sostenida en ese liberalismo de cuño extraño, tan sui-generis, que defiende las libertades sólo cuando compromete los privilegios de unos pocos, y que se estaliniza con mucha facilidad cuando hay que imponer la sinrazón de un plan de gobierno que va en contra de los intereses de las grandes mayorías.
Poner en el centro del análisis la sostenibilidad de la vida, disciplinando a los mercados y entendiendo que no hay reproducción de capital posible si no hay reproducción de la vida, es una tarea que los excede.
No es que “sólo son una gastada derecha”, además son burdos gestores mediocres, sin ninguna dimensión política de interés, sin ninguna pretensión de mejorar la vida de nadie más que la propia.
Para la complejidad de desafíos a que nos enfrenta la hora, ellos sólo responden con axiomas voluntaristas y simples: ¡Hala! Pala y al Zendal.