El 27 de marzo, pocos días antes de ser encerrados en nuestro país como consecuencia de la crisis sanitaria derivada de la pandemia del COVID-19, se publicó en la revista científica bioRxiv, un artículo titulado The need to connect: Acute social isolation causes neural crarving responses similar to hunger, algo así como La necesidad de conectar: El aislamiento social severo causa una respuesta neuronal similar a la que provoca el hambre. Los expertos del célebre MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), siempre ávidos de tratar nuestros cerebros como campos de exploración para ver qué reacciones tenemos, no sabemos si por casualidad o por encargo, se adelantaron al confinamiento y reclutaron (término bélico que escojo a posta) un equipo de voluntarios sobre los que se hizo la siguiente comprobación: qué sucedería si pasaran un día, ¡sólo un día!, de hecho, unas horas, aislados del resto. No ver a nadie, no conversar con nadie, estar solos, incomunicados. Es cierto que, durante esas horas, seguramente interminables, se les privó de algo más de lo que a muchos de nosotros se nos ha privado, como la luz; por lo que, además, se vieron sometidos a la imposibilidad de saber cuántas horas llevaban encerrados y cuántas les faltaban para salir, algo que, a pesar de las diferencias, a nosotros también nos ha pasado, debido a la incertidumbre que hemos vivido. Como también es cierto que la mayoría de nosotros no hemos estado totalmente solos gracias a nuestros convivientes, nuestros vecinos y, como no, las redes y aplicaciones tecnológicas que hemos aprendido a manejar en tiempo y cantidad record hasta estresarnos con las citas online de amigos, familiares y conocidos varios. Pero lo interesante de este poco conocido experimento no es únicamente el experimento en sí, sino también el momento escogido y las conclusiones a las que se llegó. ¿Fue premonitorio o estaba diseñado para prever los efectos de lo que se avecinaba?
Conspiranóicas interpretaciones al margen, no podemos dejar de preguntarnos si de verdad era necesario y, sobre todo, en ese momento, comprobar algo tan evidente: Nuestro maravilloso cerebro no reacciona únicamente ante el ayuno físico sino también al ayuno emocional.